Me parece que el traducir de una lengua a otra es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, están llenas de hilos que las oscurecen, y no se ven con la lisura y tez del haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel––dijo don Quijote.
Y aún así le dije a Enrique Fierro, simpatizante de los rinocerontes––Tomemos prestada la pelota de ping-pong de nuestros amigos Lorenzo y Margarita, y aquí escribámonos y traduzcámonos el uno al otro. Pero, tejamos reversos, traducciones traidoras, como falsos amigos, des faux amis que se miran, pero no se reconocen.

Sunday, December 5, 2010

Alegres, festivos éramos todos entonces y caminábamos y caminábamos siempre con rumbo desconocido. De pronto nos deteníamos para saludar con efusión a alguna metonimia audaz que se había salido de un poema para lanzarse a recorrer las calles de Montevideo. O para tomar un té completo en la confitería Americana, donde a veces aparecía Esther, quien después de abrazarnos y besarnos nos sonreía con esa mirada que hasta el día de hoy, vivos o muertos, nos acompaña.

¿Y ahora cómo vas a seguir? Ya todos han comprobado que ni traduces ni eres un poeta menor ni un pensador ("en mucho bronce", decía Macedonio) de Rodin. No se te vaya a ocurrir, por favor, contar que tus últimos años de México los viviste en la calle Rodin. Y que por esa calle pasaba todas las noches un titipuchal de palabras insomnes que se ofrecían para ser engullidas por poetas glotones.

Cállate, pues.

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